Desde que nací, mi abuela comenzó con su enfermedad, nunca la conocí estando bien.
Yo no he tenido hermanos, pero ella era como mi hermana pequeña, debido a que su comportamiento iba disminuyendo hasta la infancia. De ser una persona íntegra, pasó a disminuir su memoria, a dejar de andar, a dejar de moverse, a dejar de hablar, hasta que ya no hacía nada por sí misma y su cuerpo se encogió a una postura fetal.
Estoy muy orgullosa de mis padres, por todos los cuidados que le aportaron a mi abuela, siempre pendientes de ella; pero es inevitable tener pena porque no he podido compartir muchos momentos con ellos, debido a esta enfermedad. Por ejemplo no podía ir de excursión del colegio, porque mi padre trabajaba y mi madre tenía que cuidar de mi abuela; no hemos podido salir nunca de vacaciones; no he podido ver disfrutar a mis padres plenamente de su vida y de su matrimonio desde muy jóvenes (aunque ellos lo tenían asumido, pero creo que en cierto modo también sufrían). Todo esto creo que no es malo pensarlo, son sentimientos que surgen de la dependencia de una enfermedad, de una mala y penosa enfermedad, y no me sentiré culpable por ello, porque yo no le echo la culpa a nadie, todos hemos hecho lo mejor para todos y todo lo que hemos podido. Y no quiero decir que mis padres me desatendieran, porque no es así, yo lo he sido y soy todo para ellos, me lo han demostrado en muchas ocasiones.
Esta enfermedad te hace madurar, porque tienes que ver muchas cosas desde la edad infantil: como mi abuela se quería ir de casa , como quería pegar a mi prima un tortazo (cuando la adoraba), como no se acordaba de nosotros, como le daban convulsiones, como nos insultaba (cuando nunca antes se había comportado así), como yo alguna vez he tenido que ayudar a mi madre a cambiarle el pañal, a darle la comida, como sufren las personas que te rodean. Por todas estas cosas he llorado muchas veces, por ver sufrir a los demás y por ver como mi abuela podía sufrir en cierto modo.
Pero todo esto tiene algo muy bonito y que no se puede cambiar por nada: EL AMOR. Todos los sentimientos de cariño, de respeto y de superación que nos rodeaban y que me han enseñado mis padres día a día en casa. Sentimientos que me han formado como persona íntegra y que me han permitido ser responsable y buena con los demás, sentimientos que han forjado mi personalidad.
Como punto y final a este comentario personal, que se podría extender hasta el infinito, porque de mí surgen y afloran muchos sentimientos (algunos difíciles de explicar), puedo decir, que si elegí mi profesión como Educadora Social, fué por todo lo acontecido en mi vida; puedo decir que estudié esta carrera por pura vocación, ya que quería trabajar por y para las personas que pudiesen necesitar ayuda; y con estas intenciones de hacer todo lo que pudiese por los demás soy Educadora Social.
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